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#1 Diario de una ruptura o de algo más

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Lo peor de terminar una relación es que no importa cuánto avance en un día, al otro parece que arranco de nuevo. No importa si él era lo peor del mundo, solo importa la costumbre y la rutina, saber que existe en mi vida. 

Lo que más me dolió siempre de perder a mi novio fue saber que ya no iba a estar ahí para mí. Ni ahí ni en ningún lado, porque su manera de afrontar la ruptura es odiándome o fingiendo que no existí nunca en su vida. Y yo siento que me quedé acá, esperando un plot twist: de repente, el protagonista se da cuenta de que la va a perder y corre hasta la casa de ella a pedirle disculpas. O por lo menos un whatsapp. 

Él no me pidió disculpas nunca: ni cuando estábamos en pareja ni cuando nos separamos. Me frustra. Me frustra porque no entiendo cómo alguien que ama a otra persona puede ser tan apático, egoísta y caprichoso. Pensar en eso me pone triste porque a la conclusión a la que llego siempre es que en realidad nunca me amó. Y qué sé yo... quizás yo tampoco lo amé. Lo que sé con seguridad es que intenté que nos amáramos con todas mis fuerzas

Lo único positivo de ir y volver con un ex es que tarde o temprano terminas de entender que no funcionó, no funciona y no va a funcionar nunca. Los demás lo sabían desde el principio, pero una necesita darse el palazo definitivo. 

Lo negativo es todo lo demás. Por ejemplo, que cuando terminas te quedas con la esperanza de volver más adelante. No está en tu vida, y sin embargo un poco sí: esta ahí para no dejarte avanzar del todo. Es demasiado agotador, y al mismo tiempo tan adictivo como cualquier otra sustancia tóxica. Cuando te querés dar cuenta ya pasaron cinco años desde que lo conociste. Cinco años donde te resignaste a creer que el amor eran las peleas constantes, los insultos, ninguneos, que te rebajen, que no estén para vos... que te hagan sentir insuficiente. ¿Y cómo me convenzo ahora de que sí lo soy?

Pensarme sola me da tanta angustia como emoción. Depende el día. Pero pensarme sola de verdad, digo. Quiero decir, sin pareja, sin amigos con lo que hablar todos los días, sin mi familia. Sola de verdad. Sé que puedo lograr cosas y palpar la felicidad cuando tengo buenos días, pero los malos días siempre destruyen cualquier tipo de progreso. 

Lo único positivo de los malos días era tenerlo a él, o hablar con mi mejor amiga o abrazar a mi abuela. Cuando no tenga nada no sé cómo voy a hacer. Me da miedo volver a sentirme tan mal que vuelva a pensar en dejar de vivir. Me da miedo porque yo quiero vivir para siempre, quiero ser fuerte, quiero ser feliz, quiero sentirme acompañada. Pero cuando tengo una mala racha, de verdad mala, me desconozco. O más bien, me reconozco por completo.

El tiempo se me está pasando muy rápido y me encuentro yo en el medio, dudando qué tengo que hacer, qué tengo que decir, con quién tengo que hablar para estar bien. En los momentos realmente buenos me imagino sola y bien. Me veo juntándome con mis amigos, saliendo a divertirnos, disfrutando a full mi tiempo a solas, experimentando con gente con la que nunca me hubiese imaginado experimentar nada. 

Pero cuando estoy mal, solo quiero tener un novio que me ame y que me cuide, amigos leales y una abuela inmortal. Me pone muy mal ver todo lo que tengo y saber que tarde o temprano se va a acabar. La vida de la gente a la que amo, las relaciones románticas y hasta las amistades. Todo se acaba y es lo sano, dicen. Y yo también lo digo a veces. Pero me duele mucho. Me duele tanto que me agarra una desesperación terrible de querer hacer algo para evitarme sentir el dolor.

Hoy estoy re bien, igual. Así que imaginate lo que voy a escribir cuando esté mal.

#1 Diario de una ruptura o de algo más

Por qué deberías odiar a Dalas Review (el escracho y el feminismo)

Hace algunos años, la ola del feminismo moderno empapó el occidente como reacción a la cantidad terrorífica de asesinatos de mujeres por parte de sus parejas, ex parejas u hombres obsesionados con ellas. Mujeres retenidas contra su voluntad, ya fuera por una dependencia económica como por un maltrato físico y/o psicológico, comenzaron a denunciar y a movilizarse. Se comenzó a hablar sobre perspectiva de género, femicidios, la comisaría de la mujer y el derecho al aborto, entre otras cosas. Las mujeres víctimas de hombres violentos comenzaron a animarse a hablar sobre lo que vivían y a realizar las denuncias correspondientes, porque sabían que iban a encontrar un apoyo emocional, físico y económico (político y social) que antes no lograban.

Abierta la comunicación sobre estos temas, también se dio pie a una conversación sobre algunos temas que las mujeres vivíamos diariamente pero que nos veíamos imposibilitadas de cambiar, o siquiera hablar públicamente. De repente, empezamos a compartir nuestras experiencias de acoso callejero (que muchas vivimos desde los 12 años, y algunas incluso antes), la enemistad entre mujeres por “competitividad” disminuyó, nos replanteábamos por qué suele ser la mujer siempre la que limpia y cocina en una casa, el rol de madre que jugábamos en nuestra relación romántica y el rol de padre que parecía que una esperaba de su pareja, por qué se condenaba tanto en la sociedad un hombre que llora, o que no le gusta el fútbol, o que le gustan cosas tradicionalmente asignada a mujeres, etc.

Pero el asunto también fue más lejos que la movilización colectiva por las mujeres maltratadas y la conversación sobre temas importantes para replantearnos algunos aspectos sobre nuestra cultura: también comenzaron los escraches. Bien es sabido que la justicia en algunos países de América Latina es lenta, inoperante y corrupta, por lo que aún hoy en día podemos ver casos de mujeres que aparecen asesinadas y luego se descubre que ya habían denunciado al asesino varias veces antes, y nunca se hizo nada para prevenir la muerte. La bronca, el sentimiento de vulnerabilidad y desprotección de la justicia, nos hizo querer tomar lo justicia con nuestras propias manos y comenzar con un escrache masivo. En Instagram, Facebook y Twitter, comenzaron a llenarse de testimonios de mujeres. Algunas atribuían fotos y videos del maltrato físico que su pareja les ocasionaba, e incluían una foto del hombre y su respectivo nombre; otras, solamente incluían la foto y el nombre del acusado, y su testimonio.

La resolución del feminismo fue simple: les creemos a todas porque “prefiero creerle a una víctima y que al final su testimonio haya sido mentira, que creerle a un violento y al final descubrir que efectivamente era un maltratador”. Poco pensamos en las consecuencias que un escracho equivocado podía tener. Poco nos pusimos a pensar que, en caso de que efectivamente al final el escracho sea mentira, entonces el acusado pasaría a ser una víctima del acoso virtual y físico, de la pérdida de su trabajo, de que sus propios amigos o familia lo dejaran solo, de las consecuencias mentales que esto le generaría. Poco pensamos que demostrar socialmente que no maltrataste a alguien iba a ser tan complicado: aún sin pruebas, aún si te mudaras de país, aún si estuvieras en una relación feliz con otra persona durante años, aún si no quisieras saber nada más de tu ex y le pidieras llegar a un acuerdo y nunca más volver a verse ni mencionarse, aun así, con el simple testimonio de una mujer, gran parte de la sociedad te condenaría como maltratador.

Deberías odiar a Dalas porque es lo más fácil, y al parecer vivimos en una sociedad donde siempre se apela a lo fácil y a lo socialmente aceptado. Deberías odiar a Dalas, porque no hacerlo supondría hacer una crítica a las formas del feminismo y una autocrítica a tus formas de actuar y pensar. Deberías odiar a Dalas porque reconocerlo inocente supondría pelearte con gente cercana que lo condena, ir en contra del pensamiento popular y aguantar que te traten a vos también de cómplice y machista. Deberías odiar a Dalas porque normalmente no lo vas a ver llorando, ni vulnerable, ni pidiendo ayuda desesperada, ni tirado en el suelo, ni recibiendo callado los golpes; por el contrario, lo vas a ver enojado, defendiéndose, criticando y respondiendo. Y ya sabemos cómo cuesta ver como víctima a una persona que se defiende.

Una de las personas que más quiero en el mundo y que se abandera feminista a toda cosa, cuando una vez compartió un acoso virtual a una famosa y yo se lo recriminé, me respondió: “Bueno, ni que estuviera llorando en el piso. Seguramente está haciendo su vida, no le importa lo que le decimos y sigue haciendo guita igual. No es para tanto”. Reflexionar sobre que si lo que estás haciendo está mal solamente cuando una persona ya está en el piso llorando es bajo. Es la lógica de un acosador que se da cuenta de lo que hizo demasiado tarde. Pensar que solamente porque una persona es pública se le puede decir y acusar de cualquier cosa, con la excusa de que no le va a afectar, sacándole las cualidades de un ser humano simplemente por ser famoso, es cruel y estúpido. Deberías odiar a Dalas porque aceptar que actuaste mal, que fuiste cruel y que acosaste a alguien, es difícil. Nadie quiere reconocer su maldad, ni mucho menos su estupidez.

 Por el contrario, si te interesa crecer como persona entones no deberías odias a Dalas Review. O, al menos, no deberías odiarlo por escraches públicos sin antes haber ido a las fuentes originales y escuchado su versión de la historia. Podrá no gustarte, no interesarte su contenido ni su persona, no coincidir en todo o en nada con él, pero definitivamente no deberías odiarlo basándote en la opinión pública, en tus suposiciones por clips cortados, en la ignorancia total sobre el caso, en la escucha de solamente una parte. Si te interesa ser una persona valiente, empática, autocrítica, analítica e imparcial, entonces quizás deberías probar no odiándolo, escuchando su caso y sopesar la posibilidad de que, quizás, nos equivocamos con él. Y quién sabe con cuántos más.

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Me siento intelectualmente sola

Quizás mi problema viene de lo privilegiada que fui con las buenas amistades que tuve en mi vida. Podrán decir de mí que siempre fui tímida y reservada, pero siempre tuve las amistades más intensas y reales que vi. Nunca consideré la amistad como "gente con la que pasas el rato", ni tampoco tuve nunca amistades traicioneras, ni aprovechadoras, ni malintencionadas. Afortunadamente, mis amigos fueron y son pocos pero siempre tuvimos una afinidad tan genuina que estar juntos significaba estar completamente cómodos, libre y entendidos. Con quienes alguna vez perdí esa comodidad, dejamos nuestra amistad hasta recobrar lo que teníamos o sencillamente terminó la relación.

Sin embargo, los años pasan y comenzamos a desarrollarnos en soledad. Cada uno empieza a tener complejos, miedos, ideas y objetivos diferentes, por lo cual también utilizamos medios y modos diferentes para lidiar con ellos. No todos queremos abordar siempre los mismos temas al mismo tiempo, así como tampoco tenemos las mismas reflexiones y el crecimiento personal en simultaneo. Dependiendo también de tus objetivos, vas orientando tus pensamientos hacia cierto punto, y a veces, en orden de llegar a ese punto nos despojamos de pensamientos que nos lo impidan. Lo que quiero decir es que la gente normalmente evita pensamientos o ideas que puedan serles demasiado controversiales y que puedan cambiarles las formas de ser y actuar en la vida. Especialmente cuando se tratan de ideas que no van con lo que piensa la mayoría. Todos queremos aprobación, que nos acepten y nos aplaudan, luchar juntos por la misma causa y criticar los mismos puntos. Desde luego, para mí también suele ser reconfortante ver a mi gente cercana opinando igual que yo, sin embargo poco a poco nos fuimos alejando de las mismas ideas.

Una posible comparación de me siento desde algunos meses es el formato de Twitter en el que dicen "unpopular opinion". Siento que me alejé mucho del pensamiento popular, reflexiones e ideas que yo mantenía y defendía hasta poco más de un año ya. Probablemente a causa de la cuarentena, me sobró tiempo en solitario para observar, recordar y reflexionar sobre diversos asuntos, así como también para comenzar un crecimiento emocional personal tan rápido y efectivo como nunca había tenido. Creí que iba a tratarse de algo positivo, y en gran parte siento que lo es, pero al mismo tiempo nunca me sentí tan intelectualmente sola. Y, quizás por cómo acostumbramos a usar la palabra 'intelectual' en la jerga porteña me veo presionada a aclarar que no intento decir que me siento más inteligente que nadie, simplemente que siento que la gente a la que amo y me ama no comparte mis ideas ni yo la de ellos. Eso me hace sentir emocional e intelectualmente sola. 

Asimismo, siento que destrabé ciertas habilidades que ya no puedo olvidar pero que perjudican un poco mi día a día. Por ejemplo, la fácil asociación de actitudes pasivo-agresivas o verbalmente agresivas con el pésimo autoestima de quien las hace y descarga su frustración en el otro. Muchas veces consideramos que la gente pasivo-agresiva no es dañina, sino que algo de nosotros les desagrada e intentan decirlo de la manera menos conflictiva posible. Pero creo que esa conclusión es equivocada. La forma menos conflictiva de decir algo es decirlo directa y claramente, con amabilidad y respeto, buscando un entendimiento mutuo. La gente pasivo-agresiva es sencillamente agresiva pero con miedo a las represalias, y es correcto demostrarles que SÍ hay represalias de tu parte cuando son agresivos con vos: en primer lugar, explicitando que estás en contra de ese comentario o que ese comentario fue agresivo, y en caso de una negativa simplemente tomar espacio, y dejar de hablarles temporal o permanentemente. Lamentablemente descubrí que algunas personas que quiero mucho en mi vida son así...

Otra habilidad que desarrollé es identificar actitudes inmaduras. Los caprichos, las actitudes egoístas, la pésima capacidad de comunicación ante situaciones difíciles, el actuar dejándose llevar por los impulsos, entre otras actitudes que menciono en la entrada anterior. Parecen todas actitudes fáciles de identificar porque las asociamos a las de los niños, que son extremadamente explícitas, sin embargo muchos adultos jóvenes y medios, e incluso adultos mayores, siguen manteniendo estas actitudes pero pulidas. De hecho, todas las personas que conozco las tiene, incluyéndome. Es por eso que solemos tener malas relaciones: porque ambas partes se comportan de forma inmadura, y al mismo tiempo ambos se creen que están siendo maduros y el inmaduro es simplemente el otro. La única salida del ciclo de la inmadurez es ser conscientes de nuestras acciones y ser autocríticos, dos habilidades que normalmente nadie tiene porque son difíciles y dolorosas, y porque nos gusta mantenernos en las ideas a las que estamos acostumbrados. 

Por supuesto, comprendo que no todos avanzamos en simultáneo. Quizás yo avancé en muchos temas y la gente a la que quiero pronto los avanzará, pero también puede que nunca lo hagan. También podría ser que haya temas en los que ellos avanzaron y yo no, y puede que nunca lo haga. Ese crecimiento dispar nos aleja en valores, actitudes, formas de vida, en las ideas que defendemos y las reflexiones que hacemos. Básicamente, nos aleja en las cosas más vitales de una relación de cualquier tipo

Lo cierto es que lo tomo con calma activa y con la mayor posible paciencia, pero en la intimidad de mis pensamientos me siento profunda, desconsolada e irremediablemente sola. Me pregunto si quizás deba relacionarme con nueva gente, pero la mayor parte de la gente es inmadura, agresiva y/o complaciente, o sencillamente imbécil en los aspectos que a mí me interesan porque se concentran en otros que a mí me resultan superficiales e insignificantes. 

En Midnight Gospel hay un capitulo que habla sobre la soledad. Dice que si no tenés un lugar, quizás deberías empezar un nuevo lugar porque si vos estás solo, sabés que otros también lo están. Supongo que ese es el propósito con el que algunos streamers de twitch y algunos youtubers empiezan: un espacio que creas para sentirte acompañado y hacer sentir a los demás lo mismo. También debe ser el propósito de mucha gente de escribir una novela, filmar una historia, crear una canción o hasta sencillamente publicar un post. Puede que también haya sido mi propósito para la creación de este blog a mis 15 años, y puede que lo siga siendo ahora a mis 22 años. Quizás solo quería contar cosas para no sentirme más sola, y quizás hacer sentir a alguien más acompañado durante al menos lo que duren mis textos.


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