hey...

hey...

#2 Diario de una ruptura o de mi introspección

Me siento muy mal... en realidad, no tan mal, pero muy triste. No me siento desesperada, ni realmente me apena haber terminado la relación... sino que me siento muy triste. 

Sé que todos solemos pensar que, después de un fracaso amoroso, probablemente nunca volvamos a poder formar una pareja. Y también sé que es mentira, y todos tarde o temprano encontramos a alguien más. Pero me siento triste porque siento que cuenta mucho complacerme

Es decir, con que la gente sea buena persona y me caiga bien ya demuestro que es suficiente y doy mucho cariño. Pero, en el fondo, no es suficiente

Me gustaría poder rodearme de personas que coincidan con mis gustos musicales y literarios, mis inclinaciones políticas (esto es: ninguna por completo), mi sentido del humor. Nunca sucede. 

Hace poco me di cuenta de que todos mis amigos piensan más o menos lo mismo sobre la política. Todos son medios fanáticos con las propuestas progres en general, o ideas populares. En ese sentido, me siento muy sola. No porque yo me distancie tanto realmente, sino porque en esos ámbitos alejarte un poquito ya pareciera que es posicionarte en el campo contrario

Me da pena porque son buenas personas que me caen muy bien, pero me siento sola a veces cuando estoy con ellos.

Con mis parejas, en ese sentido, no hubo tanta distancia realmente. Supongo que con ellos logro abrirme y opinar sin miedo. Y quizás logro conectarme en varios puntos, pero el amor no está ahí

Quiero decir, no sé lo que es el amor ni si realmente pude amar o no a mis parejas, pero por lo que escuché de gente que genuinamente se ama, simplemente te das cuenta. 

Así que, supongo, nunca amé. Me duele pensarlo así porque en mi corazón siento que amo mucho, que los amé mucho y realmente intenté que funcionara. Es extraño igual, pensar que hay que "intentar" que funcione. Me gustaría poder relacionarme desde el amor y la comodidad, sin tener que intentar nada, dejando que todo surja como tiene que surgir. 

Al final, después de intentarlo tanto con mis ex, terminé por ceder en todo. Ahora ya no recuerdo cuáles eran mis límites, en qué no quiero ceder, qué cosas prefiero y cuáles no... resigné tanto todo que ya ni sé qué quiero realmente. 

Es como que si lo único que quisiera es una pareja que funcione, y eso es triste porque te lleva a estar con cualquiera. Aunque, si soy honesta, por primera vez en una ruptura no estoy saliendo con nadie, y ni siquiera buscando. Obviamente sí, fantaseo o lo que sea, pero por primera vez no activo en esa búsqueda. 

Me deja tranquila saber que no voy a terminar con el primer chabón que se me cruza y más o menos me convence. Pareciera que últimamente en mi vida solamente hice eso.

Tengo muchas ganas de conectarme con mi soledad, la que dejé atrás hace cinco años desde que empecé a salir compulsivamente con hombres y a resignar todo mi tiempo, cuerpo y pensamientos a ellos. 

Pero me da mucho miedo. La soledad es muy triste y, a la vez, muy tentadora. Una vez que entras y medio te acomodas, es difícil salir. No quiero desperdiciar mis 20 y tantos años estando sola, pero al mismo tiempo estoy cansada de desperdiciar mi juventud en buscar un hombre que me quiera. 

Mi objetivo, siento, es poder dejar de pensar en amor. En amor con hombres. Dejar de depositar todos mis pensamientos, fantasías y deseos en varones. Eso hace que después ceda ante cualquiera, solo porque quiero ver si puedo sentir algo, aunque sea forzándolo. 

Quiero interesarme por otras cosas, como deportes, ciencia, videojuegos, cine, literatura... obviamente, ya me interesan, pero en el fondo nada me interesa más que amar. Eso me hace débil, distraída, ignorante, vacía. 

A nadie le interesa demasiado amar. En general, interesa sentirse deseado, sentirse atractivo, alimentar el ego, sentirse inmune al dolor. A mí me interesa amar de verdad, sin barreras, sin intenciones ocultas, sin egoísmos. Me interesa amar sin miedo, aunque al final duela mucho. Y quizás por eso estoy así.

Cuando escribo me siento menos sola. Siento que algo tiene sentido.


crédito

#2 Diario de una ruptura o de mi introspección

#1 Diario de una ruptura o de algo más

crédito


Lo peor de terminar una relación es que no importa cuánto avance en un día, al otro parece que arranco de nuevo. No importa si él era lo peor del mundo, solo importa la costumbre y la rutina, saber que existe en mi vida. 

Lo que más me dolió siempre de perder a mi novio fue saber que ya no iba a estar ahí para mí. Ni ahí ni en ningún lado, porque su manera de afrontar la ruptura es odiándome o fingiendo que no existí nunca en su vida. Y yo siento que me quedé acá, esperando un plot twist: de repente, el protagonista se da cuenta de que la va a perder y corre hasta la casa de ella a pedirle disculpas. O por lo menos un whatsapp. 

Él no me pidió disculpas nunca: ni cuando estábamos en pareja ni cuando nos separamos. Me frustra. Me frustra porque no entiendo cómo alguien que ama a otra persona puede ser tan apático, egoísta y caprichoso. Pensar en eso me pone triste porque a la conclusión a la que llego siempre es que en realidad nunca me amó. Y qué sé yo... quizás yo tampoco lo amé. Lo que sé con seguridad es que intenté que nos amáramos con todas mis fuerzas

Lo único positivo de ir y volver con un ex es que tarde o temprano terminas de entender que no funcionó, no funciona y no va a funcionar nunca. Los demás lo sabían desde el principio, pero una necesita darse el palazo definitivo. 

Lo negativo es todo lo demás. Por ejemplo, que cuando terminas te quedas con la esperanza de volver más adelante. No está en tu vida, y sin embargo un poco sí: esta ahí para no dejarte avanzar del todo. Es demasiado agotador, y al mismo tiempo tan adictivo como cualquier otra sustancia tóxica. Cuando te querés dar cuenta ya pasaron cinco años desde que lo conociste. Cinco años donde te resignaste a creer que el amor eran las peleas constantes, los insultos, ninguneos, que te rebajen, que no estén para vos... que te hagan sentir insuficiente. ¿Y cómo me convenzo ahora de que sí lo soy?

Pensarme sola me da tanta angustia como emoción. Depende el día. Pero pensarme sola de verdad, digo. Quiero decir, sin pareja, sin amigos con lo que hablar todos los días, sin mi familia. Sola de verdad. Sé que puedo lograr cosas y palpar la felicidad cuando tengo buenos días, pero los malos días siempre destruyen cualquier tipo de progreso. 

Lo único positivo de los malos días era tenerlo a él, o hablar con mi mejor amiga o abrazar a mi abuela. Cuando no tenga nada no sé cómo voy a hacer. Me da miedo volver a sentirme tan mal que vuelva a pensar en dejar de vivir. Me da miedo porque yo quiero vivir para siempre, quiero ser fuerte, quiero ser feliz, quiero sentirme acompañada. Pero cuando tengo una mala racha, de verdad mala, me desconozco. O más bien, me reconozco por completo.

El tiempo se me está pasando muy rápido y me encuentro yo en el medio, dudando qué tengo que hacer, qué tengo que decir, con quién tengo que hablar para estar bien. En los momentos realmente buenos me imagino sola y bien. Me veo juntándome con mis amigos, saliendo a divertirnos, disfrutando a full mi tiempo a solas, experimentando con gente con la que nunca me hubiese imaginado experimentar nada. 

Pero cuando estoy mal, solo quiero tener un novio que me ame y que me cuide, amigos leales y una abuela inmortal. Me pone muy mal ver todo lo que tengo y saber que tarde o temprano se va a acabar. La vida de la gente a la que amo, las relaciones románticas y hasta las amistades. Todo se acaba y es lo sano, dicen. Y yo también lo digo a veces. Pero me duele mucho. Me duele tanto que me agarra una desesperación terrible de querer hacer algo para evitarme sentir el dolor.

Hoy estoy re bien, igual. Así que imaginate lo que voy a escribir cuando esté mal.

#1 Diario de una ruptura o de algo más

Por qué deberías odiar a Dalas Review (el escracho y el feminismo)

Hace algunos años, la ola del feminismo moderno empapó el occidente como reacción a la cantidad terrorífica de asesinatos de mujeres por parte de sus parejas, ex parejas u hombres obsesionados con ellas. Mujeres retenidas contra su voluntad, ya fuera por una dependencia económica como por un maltrato físico y/o psicológico, comenzaron a denunciar y a movilizarse. Se comenzó a hablar sobre perspectiva de género, femicidios, la comisaría de la mujer y el derecho al aborto, entre otras cosas. Las mujeres víctimas de hombres violentos comenzaron a animarse a hablar sobre lo que vivían y a realizar las denuncias correspondientes, porque sabían que iban a encontrar un apoyo emocional, físico y económico (político y social) que antes no lograban.

Abierta la comunicación sobre estos temas, también se dio pie a una conversación sobre algunos temas que las mujeres vivíamos diariamente pero que nos veíamos imposibilitadas de cambiar, o siquiera hablar públicamente. De repente, empezamos a compartir nuestras experiencias de acoso callejero (que muchas vivimos desde los 12 años, y algunas incluso antes), la enemistad entre mujeres por “competitividad” disminuyó, nos replanteábamos por qué suele ser la mujer siempre la que limpia y cocina en una casa, el rol de madre que jugábamos en nuestra relación romántica y el rol de padre que parecía que una esperaba de su pareja, por qué se condenaba tanto en la sociedad un hombre que llora, o que no le gusta el fútbol, o que le gustan cosas tradicionalmente asignada a mujeres, etc.

Pero el asunto también fue más lejos que la movilización colectiva por las mujeres maltratadas y la conversación sobre temas importantes para replantearnos algunos aspectos sobre nuestra cultura: también comenzaron los escraches. Bien es sabido que la justicia en algunos países de América Latina es lenta, inoperante y corrupta, por lo que aún hoy en día podemos ver casos de mujeres que aparecen asesinadas y luego se descubre que ya habían denunciado al asesino varias veces antes, y nunca se hizo nada para prevenir la muerte. La bronca, el sentimiento de vulnerabilidad y desprotección de la justicia, nos hizo querer tomar lo justicia con nuestras propias manos y comenzar con un escrache masivo. En Instagram, Facebook y Twitter, comenzaron a llenarse de testimonios de mujeres. Algunas atribuían fotos y videos del maltrato físico que su pareja les ocasionaba, e incluían una foto del hombre y su respectivo nombre; otras, solamente incluían la foto y el nombre del acusado, y su testimonio.

La resolución del feminismo fue simple: les creemos a todas porque “prefiero creerle a una víctima y que al final su testimonio haya sido mentira, que creerle a un violento y al final descubrir que efectivamente era un maltratador”. Poco pensamos en las consecuencias que un escracho equivocado podía tener. Poco nos pusimos a pensar que, en caso de que efectivamente al final el escracho sea mentira, entonces el acusado pasaría a ser una víctima del acoso virtual y físico, de la pérdida de su trabajo, de que sus propios amigos o familia lo dejaran solo, de las consecuencias mentales que esto le generaría. Poco pensamos que demostrar socialmente que no maltrataste a alguien iba a ser tan complicado: aún sin pruebas, aún si te mudaras de país, aún si estuvieras en una relación feliz con otra persona durante años, aún si no quisieras saber nada más de tu ex y le pidieras llegar a un acuerdo y nunca más volver a verse ni mencionarse, aun así, con el simple testimonio de una mujer, gran parte de la sociedad te condenaría como maltratador.

Deberías odiar a Dalas porque es lo más fácil, y al parecer vivimos en una sociedad donde siempre se apela a lo fácil y a lo socialmente aceptado. Deberías odiar a Dalas, porque no hacerlo supondría hacer una crítica a las formas del feminismo y una autocrítica a tus formas de actuar y pensar. Deberías odiar a Dalas porque reconocerlo inocente supondría pelearte con gente cercana que lo condena, ir en contra del pensamiento popular y aguantar que te traten a vos también de cómplice y machista. Deberías odiar a Dalas porque normalmente no lo vas a ver llorando, ni vulnerable, ni pidiendo ayuda desesperada, ni tirado en el suelo, ni recibiendo callado los golpes; por el contrario, lo vas a ver enojado, defendiéndose, criticando y respondiendo. Y ya sabemos cómo cuesta ver como víctima a una persona que se defiende.

Una de las personas que más quiero en el mundo y que se abandera feminista a toda cosa, cuando una vez compartió un acoso virtual a una famosa y yo se lo recriminé, me respondió: “Bueno, ni que estuviera llorando en el piso. Seguramente está haciendo su vida, no le importa lo que le decimos y sigue haciendo guita igual. No es para tanto”. Reflexionar sobre que si lo que estás haciendo está mal solamente cuando una persona ya está en el piso llorando es bajo. Es la lógica de un acosador que se da cuenta de lo que hizo demasiado tarde. Pensar que solamente porque una persona es pública se le puede decir y acusar de cualquier cosa, con la excusa de que no le va a afectar, sacándole las cualidades de un ser humano simplemente por ser famoso, es cruel y estúpido. Deberías odiar a Dalas porque aceptar que actuaste mal, que fuiste cruel y que acosaste a alguien, es difícil. Nadie quiere reconocer su maldad, ni mucho menos su estupidez.

 Por el contrario, si te interesa crecer como persona entones no deberías odias a Dalas Review. O, al menos, no deberías odiarlo por escraches públicos sin antes haber ido a las fuentes originales y escuchado su versión de la historia. Podrá no gustarte, no interesarte su contenido ni su persona, no coincidir en todo o en nada con él, pero definitivamente no deberías odiarlo basándote en la opinión pública, en tus suposiciones por clips cortados, en la ignorancia total sobre el caso, en la escucha de solamente una parte. Si te interesa ser una persona valiente, empática, autocrítica, analítica e imparcial, entonces quizás deberías probar no odiándolo, escuchando su caso y sopesar la posibilidad de que, quizás, nos equivocamos con él. Y quién sabe con cuántos más.

Fuente