hey...

hey...

Convivir con tu familia. (2016)

Hoy me quedé pensando en lo fácil que siempre me resultó convivir con amigos. Por supuesto que siempre fueron convivencias en condiciones óptimas: sin pagar tarifas, manejándome con plata de mi familia, sin estrés por el laburo. Lo admito porque no tendría sentido ocultarlo. Lo admito porque, es cierto, así es fácil convivir con casi cualquiera. Casi cualquiera. Pero, si lo pongo en perspectiva, con mi familia también conviví en condiciones óptimas, y siempre fue una mierda. Es difícil tener que adaptarse a los caprichos de los que se llaman a sí mismos adultos. Tienen muchos defectos y no intentan remediarlos porque "son así, y punto". Esta clase de gente son los señores y señoras que deben encargarse de nuestra salud física y mental. Tampoco es fácil compartir el humor con gente de otra generación u otros ámbitos, y mucho menos compartir los mismos intereses.

Es más factible que yo pueda empatizar con algún desconocido con esos defectos que con mi propia familia. ¿Por qué?, si conozco sus historias, si sé las causas que los llevaron a ser como son. Por mucho tiempo me lamenté por eso, intentando buscar una solución que me logre revertir la situación. Pero lejos de encontrar una solución, encontré a una respuesta: no aguanto ni perdono los defectos de mi familia porque yo los padezco cada día desde mi infancia. Es difícil perdonar que nos hayan perjudicado la infancia. Yo ahora, con mis 18 años, me siento peligrosamente capaz de perdonar cualquier cosa que me hagan. Pero me siento incapaz de perdonar haber crecido con la agresividad verbal y, a última instancia, física. Me siento incapaz de haber transitado mi infancia con la negación y el constante lamento. Me siento incapaz de perdonar haber perdido mi inocencia en la cuna de una familia tan hipócrita.

Por eso intento aferrarme con uñas y dientes a todo lo positivo que me han dado. Primero porque estoy agradecida; segundo porque los amo; y tercero porque, si no me aferro, me caigo. Supongo que de eso se trata ser hijo.

Ya fue ser susceptible. (2016)

Ya fue ser susceptible, chicos. Yo te lo entiendo hace cinco o diez años, cuando internet era un lujo para pocos y no leías la opinión de muchos. Te lo entiendo cuando vos interactuabas con la misma gente, de los mismos círculos y zonas. Te lo entiendo cuando éramos corazones sensibles que buscábamos entendimiento y una palmadita en la espalda. Pero ya fue.

Tomando un poco las riendas de esta entrada voy a remontarme a un recuerdo de hace no muchos días. Reunión de familia, los pibes por un lado, los viejos por el otro. Sujeto A le estaba mostrando a un Sujeto B una canción pesadísima, larguísima y con muchísimos instrumentos al mismo tiempo, porque quería que escuchara al guitarrista. "¿Escuchaste?", decía el Sujeto A, que le gusta mucho la música, al Sujeto B, que está recién aprendiendo a tocar la guitarra. "Yo sólo escucho ruido.", dije yo. Un Sujeto C, tirado en el sofá a nuestro lado, se levanta indignado, con una mano el pecho, y comienza con el discurso que ya todos conocemos: "Ay, no digas eso sólo porque es heavy metal. ¿Qué sentirías vos si dijeran eso de la música que a vos te gusta?". Por un segundo creí que rompería a llorar y tendría que consolarlo. Por suerte no. Se quedó mirándome con los ojos llorosos del gatito de Shrek, en busca de una respuesta de arrepentimiento.

Yo, con la paciencia de los pescadores nocturnos de las playas de Las Toninas y el cariño infantil forzado de todas las maestras jardineras bonaerenses, tuve que explicarle: "No me refiero al heavy metal. Me refiero a que yo no tengo oído para distinguir los instrumentos aislados de la canción, básicamente porque nunca aprendí de música, porque nunca me interesó la música y porque tengo un oído choto". El sujeto C calló. A pesar de que tenía ganas de alejarme de toda mi familia, igual casi lo aplaudo y lo felicito por reafirmar su argentinidad opinando e indignándose por algo que apenas escuchó y evidentemente no entendió.


Pero ahora, finjamos ser adultos por un segundo e intentemos responder mi pregunta: ¿y cuál sería el problema si yo hubiese dicho que el heavy metal me parece que es sólo ruido? ¿Qué pasa?, explíquenme porque no lo entiendo. No entiendo que hoy en día, finales del 2016, todavía nos estemos indignando porque los demás no sepan apreciar lo que nosotros sí apreciamos. Si nosotros sabemos que el  género de heavy metal tiene temazos con un manejo de instrumentos excepcional, entonces ¿cuál es el problema si alguien dice que no le gusta? Ojo, entiendo que si tenés ocho o nueve años eso puede llegar a molestarte, porque todavía sos una ratita piojosa caprichosa. Yo pasé por esa etapa, todos lo hicimos, todos lo entendemos. Pero me parece que es hora de crecer, gente. Posta lo digo. Es una locura que en la era cúlmine del Twitter, maquinaria de humor negro, cizaña, mal humor y odio, todavía haya gente que se indigne por pelotudeces.

¿En algún momento dejaremos de ser niños de preescolar?, me pregunto. ¿O es que simplemente nos van creciendo bigotes y tetas, y nos vamos haciendo unos chicos grandotes y peludos? ¿Vamos a seguir intercambiando figuritas en el tiempo libre en la oficina?, ¿vamos a llorar cada vez que desaprobamos un examen en la facultad?, ¿vamos a patalear cuando alguien dice algo que no nos gusta en internet?, ¿vamos a insultarnos cada vez que haya una diferencia en una reunión familiar?, ¿nos va a doler cada vez que alguien diga que no le gusta lo mismo que a nosotros?, ¿vamos a seguir dando clases de moral cuando a nosotros aún nos quedan muchas clases por aprobar?


Me pregunto yo, ¿algún día dejaremos de fingir ser adultos y empezaremos a serlo?

El antídoto de Miguel (2016)

Hasta antes de que Miguel se incorporara a nuestra primaria, yo había sido una persona feliz: tenía amigos y amigas; había gente que no me agradaba y había gente que sí, pero, por sobre todas las cosas, había una sana convivencia escolar.

El día que apareció Miguel cambió todo. Ojo, es una buena persona, lo sé, me lo han dicho, pero sospecho que quizás algo poseyó su cuerpo durante esos años de primaria. Era un chico inaguantable. Él fue la primera persona en mi vida que me lastimó físicamente a consciencia, estrangulándome el brazo por ninguna razón. Así fue que él se convirtió en la primera persona que encendió algo en mí que no conocía: el odio.

Hasta entonces, yo jamás había odiado a nadie. Había sentido enojo hacia mi padre cuando me retaba, rencor hacia los gritos de mi abuela e ira hacia Delfina, el personaje malvado de una serie infantil que mirábamos todos en aquél entonces. Pero nunca había sentido la furia pesada y caliente que recorre las ventas y que rechina los dientes, que se manifiesta con puños cerrados, ceños fruncidos y palabras prohibidas.

Miguel hizo de mí un mounstro vengativo. Insultos varios mentales, acusaciones repetitivas con la maestra, miradas oscuras desde el fondo del aula, incitaciones a las peleas y, la peor, cortar una hoja de carpeta y juntar firmas para que lo expulsaran del colegio. Yo había pasado de ser la dulce, divertida e inteligente nena de rulos a ser la bruja cachivache. Nada funcionó: Miguel se mantuvo firme a nuestro lado, aun sin llevarse bien con nadie de nuestra clase. Finalmente, mucho tiempo después, en los últimos años de primaria, Miguel repitió el año y la familia decidió cambiarlo de escuela. De un día para el otro, desapareció.


Nadie festejó: como suele pasar cuando alguien se marcha de nuestras vidas, sólo quedan los buenos recuerdos. "¿Te acordás ese día en que perdí mi lapicera y Miguel me prestó una?", dijo alguien, "En el fondo era bueno". "Sí, me acuerdo... ¿Vos te acordás en gimnasia ese día que estaba de buen humor, y festejamos todos juntos un gol?" Y así fueron y vinieron los recuerdos, aparecieron las sonrisas y luego, cuando se acabaron por fin los recuerdos, todos callamos mientras mirábamos el suelo apenados. Nadie volvió a hablar esa última hora del día y, pienso, quizás, todos recordábamos a Miguel mientras volvíamos a casa. Nuevamente, Miguel encendió en nosotros algo que nunca habíamos conocido antes: la melancolía.

Hoy, casi 10 años después, ya no puedo sentir nada por él. Ya no recuerdo... todo es vago, todo es muy viejo. Ya no me duele el brazo, porque me han hecho cosas peores. Ahora hablo de Miguel como un extraño. O ni hablo. Y, sin embargo, hay algo que nunca pude olvidar. Hay algo que cuando cierro los ojos y recuerdo esas paredes blancas y largas, cuando me siento en cuerpo de niña otra vez y recuerdo los pizarrones verdes y los delantales blancos, viene a mi mente. Hay algo que, cuando escucho el nombre Miguel, aparece claro frente a mis ojos: su rivotril. No me refiero al medicamento, no. Me refiero al antídoto que teníamos, de vez en cuándo, para calmar a su bestia interna. Y ese antídoto, para Miguel, era la biblioteca.

Cuando entrábamos a la biblioteca a tomar cada uno un libro y nos poníamos a leer en silencio, Miguel se exorcizaba. No movía los brazos ni los pies, no pegaba ni insultaba: ni siquiera hablaba. Miguel sólo movía los ojos de un lado a otro y abría un poco la boca. Cuando terminaba la lectura y la profesora le preguntaba por su libro, Miguel respondía con inteligencia en voz muy baja y amable mirando el suelo, con una timidez que jamás hubiésemos creído ver en él. Miguel, así, era la bondad del mundo personificada, era la persona que todos queríamos ser.

Hoy en día, cuando recuerdo la biblioteca de la primaria, no la recuerdo simplemente como el antídoto de Miguel. Porque no lo era sólo para él. Joaquín, que tenía un tic molesto con su ojo derecho, cuando tomaba un libro tenía los dos ojos amplios y entusiastas, y se movían sólo para seguir la lectura. Fernando se sacaba los anteojos. Nahuel dejaba de ser el más gordito de la clase y se convertía en el más rápido en terminar de leer. Bahía dejaba de hacer salvajadas. Lucía olvidaba su timidez. Y yo sentía que, al menos por una vez en la vida, todos estábamos en el lugar correcto.

El peor viaje con marihuana de mi vida (ATAQUE DE PÁNICO)

Resumen de mi historia personal
     Me parece necesario aclarar que soy una persona con tendencias depresivas desde los 13 años. Comenzó a manifestarse en mí con la ruptura de mis creencias religiosas, el malestar general que me ocasionaba la muerte de mi madre, el convivir en una familia no convencional, una seguidilla de situaciones relacionadas con abusos y acosos sexuales y un autoestima machacado.
Recién a partir de los 16/17 comencé a presentar también síntomas muy leves de ansiedad que con el tiempo fueron agravándose. A cada paso que salía de la depresión, mi ansiedad empeoraba. Y cuando la depresión volvía, la ansiedad disminuía muchísimo.
     Así pasé varios años, saltando de la depresión a la ansiedad, hasta este último año que, prácticamente, soy una ovillo de ansiedad.


Resumen de mi historia con la marihuana
     Comencé a fumar casi regularmente hace más de un año, con mi ex pareja. Durante los primeros ocho meses jamás fumé sola. De echo, ni siquiera sentía que me pegara siempre. Después terminamos y empecé a fumar sola muy de vez en cuando o con amigos, y me empezó a pegar más y muy bien. En realidad, hasta solo con dos o tres buenas secas quedaba fumadísima. Mismo con el alcohol, con poco más de media botella de litro de cerveza ya estoy en pedo. Y, la verdad, en dos años nunca tuve un mal viaje; sí llegué a sentir un poco de paranoia, pero ante situaciones estúpidas y durante poquísimos minutos, y nada que no pudiese controlar y reírme de eso.
     Sobre mis flashes puedo decir que cuando consumía mirando alguna obra artística (musical, cinematográfica, etc.), me quedaba alucinada y lo disfrutaba muchísimo. Cuando lo consumía sola o en compañía, generalmente me producía risas y me llevaba a reflexionar mucho sobre la naturaleza humana. Era una sensación muy extraña, que me daba la seguridad de creer que podía comprender completamente a la otra persona. Como si hiciera un análisis sobre las reacciones animales que poseemos en nuestro inconsciente y la relación con los pensamientos naturales que tenemos todos hoy en día. Me gustaba mucho y sentía que descubría cosas nuevas, o profundizaba en las viejas.

     Las últimas veces quizás me daba cuenta de que me pegaba mucho y me daba un poco de espasmos en el cuerpo, muuuuuy leves, y lo bajaba comiéndome algo. Por lo general si tenía la sensación de que no me estaba pegando muy bien o que me estaba pegando demasiado, era consciente de eso, por lo que lo podía controlar complemente. Hasta ahora.


El peor viaje de mi vida
     El peor viaje de mi vida empezó con un buen porro de flores fumando en el balcón de la pieza de mi novio. Eran flores que yo ya había probado con el bong, y la verdad pegaban muy lindo. Como sé de mis límites, en un momento me di cuenta de que tenía que cortarla porque ya estaba muy fumada, pero mi novio me lo volvió a pasar y, como estábamos hablando, me olvidé y seguí fumando. Después me vino todo de golpe.
     Me tuve que acostar en la cama. Todo pasó muy rápido. Mis pensamientos iban uno tras otro, no frenaban. Mi novio entró para ver cómo estaba y a mí me daba vueltas todo. Me pidió que me levantara, pero yo le dije que no podía, me sentía como atropellada. De repente me di cuenta que mi corazón estaba aceleradísimo. Parecía como si hubiese corrido una maratón y yo estaba acostada sin moverme.
     Me dio una pequeña puntada en el pecho, ya no sé si imaginaria o real. Empecé a asustarme muchísimo y le pedí a mi novio que llamara a la ambulancia. Mi novio se negó, me dijo que estaba teniendo un mal viaje, que me tenía que calmar. Yo insistía, desesperada, en que me estaba por agarrar un paro cardíaco. Pensaba en que si me agarraba ahí, hasta que mi novio llamara a la ambulancia me iba a morir. Pensaba en que él no sabía de RCP, que tuve que haberle enseñado, que me iba a morir en la cama de mi novio, en pijama, semi en bolas. ¿O quizás era un mal flash, como el me decía?
     Mi mente empezó a trabajar y me empecé a decir a mí misma que me tenía que calmar, que era un mal viaje simplemente y que no me iba a pasar nada. Que si me relajaba la taquicardia iba a frenar. Intentaba respirar profundo y despacio, para que el corazón desacelerara, pero estuve un par de minutos así y el corazón me seguía a todo motor todavía, entonces me volvía a asustar y le volvía a pedir a mi novio que me llevara al hospital. Él insistía en que no me iba a pasar nada, que lo que yo tenía que hacer era relajarme. Pésimo consejo, por cierto, porque si pudiese relajarme ya lo hubiera hecho.
     Yo, mientras, tenía delirios. Pensaba en que inconscientemente yo me sentía en peligro y por eso mi mente primitiva se ponía en alerta y mi corazón se aceleraba. Pensaba en que tenía que encontrar la forma de sentirme segura físicamente, así mi cerebro lo entendía. Mi novio me sacó la ropa y me puso una remera suya, me dijo que me acostara en la cama, que íbamos a intentar dormir y que me relajara. Mientras él fue al baño, yo intenté acomodarme abajo de las frazadas, calentando mi cuerpo así mi cerebro iba a tener la sensación de que estaba a salvo. Lo intenté un rato y no funcionó. Así que me levanté y me saqué la remera de mi novio para empezar a cambiarme con mi ropa. Estaba convencida de que tenía que salir de la habitación e ir a un hospital. Convencida de que la única forma de calmarme iba a ser que me dieran una inyección que bajara mi ritmo cardiaco o que que cayera inconsciente.
     Cuando mi novio vuelve a entrar al cuarto yo estoy completamente desnuda con mi remera en la mano que quería ponerme, pero estaba demasiado nerviosa y temblorosa y se me dificultaba. Ahora, pensándolo, da risa, pero en ese momento era todo muy desesperante. Pensaba que encima que me iba a morir en la casa de mi novio, me iba a morir desnuda e iba a ser patético. Intenté salir de la habitación y mi novio puso su brazo entremedio. Yo intentaba vestirme, intentaba salir, intentaba escapar con urgencia. Cuando volví a intentar salir, mi novio otra vez se interpuso en mi camino poniendo su brazo, y a mí me costaba tanto hablar y respirar que le di un mordisco. Fue despacio y fue a consciencia, fue más bien una medida desesperada para hacerle entender que necesitaba al menos salir de la casa, pero él lo tomó como que me había vuelto loca. Y al mismo tiempo yo también lo comenzaba a creer.
     Toda esta sensación de muerte inminente terminó al momento en que pude calmarme unos segundos, sentarme en la punta de la cama y pedirle a mi novio que también se siente. Lo agarré del brazo, lo miré a los ojos y le dije con la mayor honestidad del mundo: "Yo sé que estoy teniendo un mal viaje, y probablemente sean paranoias mías, pero estoy muy asustada y yo me conozco mejor que nadie, y sé que para calmarme la única forma va a ser que salgamos de esta casa, que nos acerquemos a un hospital y nos quedemos afuera. Así voy a pensar que si me agarra un ataque al corazón, estoy literalmente a dos metros del hospital y me voy a poder salvar. Por favor te lo pido, haceme caso en esto, te lo digo conscientemente". Finalmente me vestí, salimos, me senté enfrente del hospital y esperé. Me dije a mi misma: "Ya estamos acá. Relajate. Si te agarra algo, estamos a salvo". Y poco a poco el miedo fue parando. Después caminamos y se me fue el miedo completamente, al ver que no me pasó nada y que todo fue una gran paranoia.

     Mi mayor miedo, en realidad, no fue el de morirme. Eso era lo que me mantenía acelerada y con ganas de salir de la casa. En realidad fue la peor experiencia de mi vida porque empecé a tener pensamientos crudos. Veía a mi novio a los ojos y pensaba: "Sé que su nombre es Nicolás, sé lo que vivimos, sé que conoce lo que yo dejé que el conociera de mí, pero realmente no me conoce. Nadie me conoce. Nadie realmente conoce a nadie". Son cosas que ya sabemos, pero que las tomamos a la ligera. Yo me las tomé como un peligro más. A veces uno no es consciente de las barbaridades que se le están pasando al otro por la cabeza. Empecé a tener una desesperación incontrolable. No era dueña de mi propio cuerpo ni de mi propia cabeza. No tenía miedo de que me hiciera algo; tenía miedo de que nunca iba a conocer realmente a nadie y nunca nadie me iba a conocer realmente a mí, y que todos vivíamos fingiendo que nos conocíamos entre todos, y que todo era una gran farsa.
     Empecé a pensar que nada tenía sentido; que toda esta vida que vivimos es una construcción que nos inventamos para no volvernos locos al darnos cuenta de que no tiene sentido absolutamente nada. Para colmo, los pensamientos iban tan rápidos que eran mucho más abrumadores de lo que hoy, estando sobria, lo son, pero aún así por momentos me aterran. Pensamientos que antes simplemente me deprimían, ese día comenzaron a generarme ansiedad y desesperación. Pensaba que, al haberme dado cuenta de cómo nadie se conocía con nadie, de cuán solos estábamos, de que nunca íbamos a ser completamente entendidos por nadie, de que todo era una construcción para no volvernos locos, entonces yo ahora iba a volverme loca. Pensaba que ya no iba a haber vuelta atrás.
     Me acuerdo que agarraba a mi novio y le pedía que habláramos o discutiéramos para poder darle sentido a algo, pero todo me parecía estúpido. Incluso pensar en si seguíamos estando juntos o no, si estábamos bien o estábamos peleando mucho, me parecía estúpido. Todo me parecía tan insignificante que sentía que estaba al borde de caer en la locura y no volver nunca más. Me sentía completamente sola en el mundo.
     Estas secuencias de pensamientos las volví a tener varias veces más, estando sobria. Hablándolo con mi psiquiatra y mi psicóloga, es más que evidente que en realidad el ataque de pánico, más allá de la droga, fue algo que se venía acumulando y que ese día simplemente estalló. Pero la acumulación de cosas de las que quizás no puedo hablar con mi círculo, ni incluso con mi psicóloga, hizo que mi cuerpo hablara por mí. Pero incluso siendo así, siento que todos pasamos por cosas más o menos similares y todos podemos tener malos viajes porque todos guardamos muchas cosas y, la verdad, el día y el momento en el que todo desemboque hubiese preferido no estar bajo los efectos de la marihuana.

Fuente


Mi conclusión después de tener un mal viaje
     Después de mi pésima experiencia no me hice una anti-drogas, ni creo convertirme en eso nunca. Siempre voy a defender la decisión de una persona sobre su propio cuerpo y sobre tomar sus propias decisiones. Pero sí me posicioné en un lugar un poco más neutro. A veces uno para romper con las obvias estupideces arcaicas que nos impone el Estado, la sociedad o nuestro propio entorno, se convierte en completamente lo opuesto. No es la idea. La idea, para mí, fue entender que las drogas son recreativas y que todos las hemos usado o las usamos para disuadirnos de la realidad. Y que para algunos son funcionales y para otros no. Para mí creí que sí, pero poco a poco me fui dando cuenta de que me dejaba como apaciguada de todo lo que sucedía en mi vida y me impedía concentrarme realmente en mis estudios. También ahora, que no me drogo ni tomo alcohol (aunque vamos a ver cuánto me dura), me doy cuenta de que como no me queda otra opción más que no beber ni fumar, descubrí que la puedo pasar bien igual.
     El tema de las drogas, además de que cada uno las consume por lo que sea que quiera consumirla, es también tener una excusa para hacer o decir cosas que no "podrías hacer" estando sobrio, y cagarse de risa sin drama porque total el resto te ve y dice "bueno, está drogadx o borrachx", mientras que si uno lo llegase a hacer sobrio, uno piensa que el resto lo ve y dice "está demente". Eso lo noté cuando muchas veces yo me fumaba un porro y la otra persona no, e igual terminábamos cegándonos de risa mal y flasheandola mal ambas personas porque yo estaba completamente drogada y la otra persona se sentía también con la libertad suficiente para hacer y decir cualquiera. Es como un efecto contagioso. Si el otro está siendo libre sin culpa, a uno medio se le pega. Además uno estando drogado se permite pensar en cosas que no están relacionadas sí o sí a lo que debe hacer o a cosas que le afectan directamente. Se da un rato para pensar en la vida en general.
     En fin, hoy en día, teniendo la experiencia encima de haber fumado casi diariamente por dos años y haber estado en pareja con dos personas diferentes las cuales siempre fumaban por lo menos un faso todos los días, puedo decir que es una paja fumar todos los días. No está bueno. Y no porque sea como la cocaína que después quedas re quemado, sino porque veo que en ambos se repite que se estancan en sus propósitos, o no pueden bajar de peso porque el bajón de la marihuana te hace arrasar la heladera, o no pueden mantener el ejercicio físico porque te fumas uno y alta paja ir al gym, o no pueden estudiar porque, ¿cómo concentrarte en los LOGARITMOS estando drogado?
     No es una cuestión de blancos y negros. Pero al parecer nuestros mayores o nuestros superiores siempre nos quieren hacer creer que en cuando a la marihuana es todo negro, y nosotros nos queremos creer que es una plantita y que es todo blanco. Y no. No nos hagamos más los giles pensando que la marihuana es sólo mala si tenés un mal viaje como yo, y que sólo te pasa si estás pasando un mal momento, y que la marihuana es maravillosa y perfecta. La marihuana, como cualquier droga, PUEDE llegar a ser mala porque, a pesar de que nos escudamos diciendo que científicamente no genera una adicción, la verdad frente a mis ojos y mis experiencias es que sí PUEDE generar una dependencia. Una dependencia que te pone muchas barreras mientras te pinta flores y colores y te hace creer que te convertiste en la persona más creativa del mundo.

     No me arrepiento de haber fumado. No me arrepiento de haberme emborrachado. Tampoco puedo decir que no vaya a hacer ninguna de estas cosas nunca más. Lo que sí puedo decir es que ya no voy a escudar mis acciones diciendo que son plantitas, o que es un poco de alcohol algunos fines de semana. Son cosas que a veces nos generan daños, que no son mortales como los de otras drogas más pesadas, pero que si se consumen con regularidad también te pueden ocasionar daños, daños que quizás hasta nos sean imposibles de ver.
     A veces extraño fumar, pero porque era un ritual con mi pareja y mis amigxs. No extraño perder la sensación de la realidad bajo una droga, porque ahora descubrí otras formas de perder la sensación de la realidad, sin necesidad de perder el control de mi cuerpo o mi mente. O más bien, sentir una sensación de realidad completamente diferente a la que uno tiene en el día a día. No es necesario fumar o tomar o consumir para salir de tu sistema un rato. Yo hoy me escapé un rato, y fue escribiendo esto.