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Aquí no amanece: sobre haber crecido sin madre

Si me dijeran que marcara las diferencias, me resultaría imposible. No sé realmente cuáles son las diferencias entre mi persona y una que pudo tener a su madre durante los años más difíciles de su vida los cuales son, siempre, la niñez y la adolescencia. 

No porque sean los años en donde más problemas te aquejan ni porque sean los años con más responsabilidades... sé muy bien que no lo son. Más bien son los más difíciles porque son en los que más necesitas nutrirte de amor. Y a pesar de que el resto de mi familia se encargó de darme buenas raciones, el amor que te da una madre no puede ser remplazado, nunca, por el de alguien más.

No sé si el futuro o la felicidad de una persona pueden ser marcadas por un solo hecho, aunque sea uno tan doloroso como este. Quizás la depresión que hoy me diagnostica mi psiquiatra hubiese existido de todas formas, aun teniendo a mi madre. Quizás nací con el alma así, nublada, destinada a acabar siempre con alguna tormenta. Quizás tenemos cosas, matices, que no cambian nunca, sin importar lo que te pase en la vida.
Fuente.
O quizás no.
Quizás si mi madre hubiese podido acompañarme al jardín cada día...
si hubiese podido presentarse en las reuniones de padres de la primaria, y los profesores no me hubiesen aclarado con lástima, cada vez, que quienes no teníamos padres podíamos traer a nuestros abuelos...
quizás si mi madre hubiese estado allí, para aconsejarme la primera vez que salí con un chico, y no me hubiese culpado a mí misma por las acciones del otro...
quizás si mi madre estuviera viva y no hubiese tenido que adaptarme a otras familias, que me miraran de reojo o me excluyeran sin querer...
quizás si mi madre hubiese estado viva y me hubiese consentido, y no viviera con esta constante sensación de no puedo pedir nada a nadie...
quizás si mi madre hubiese estado en el cuarto siguiente al mío y yo hubiese podido escabullirme allí y hacerle preguntas y aliviar mis preocupaciones...
quizás si viviera mi madre y pudiera, por fin, confiar en alguien en cuerpo y alma, enteramente, sin dudas, sin miedos a desentendidos ni decepciones...
sí, quizás no tendría depresión.
Quizás solo tendría berrinches y llantos, alma sensible, corazón débil...
pero no depresión.

Sé que me falta mucho camino, pero estoy segura de que nada me va a doler más de lo que me duele no haber podido conocer a la persona que más me amó en esta vida. Así que, en un acto ridículo y teatral, voy a pasar a compartir unas palabras que le dediqué apenas leí su carta... porque, de vez en cuando, me gusta creer que yo también puedo hablarle a mi mamá.

Respuesta a la carta que me dejó mi mamá antes de morir

Mamá... hoy leí tu carta. Sabía que era corta, que simplemente era un pedacito de papel en donde garabateaste, quizás aún con esperanza de que jamás la leyera. Cuando me la dio la abuela la quise guardar para algún momento importante. Y es que ese papel era lo último que me quedaba. A veces pensaba que quizás podía salir a la calle y morir sin haber leído tu carta, pero no me importaba... atesorar tus últimas palabras en secreto de mí misma era, para mí, la única forma de mantenerte viva.  
Sin embargo hoy, un jueves cualquiera, la leí. La leí con la seguridad de un bloque de hielo, como quien lee una columna de diario. Hace tanto que no lloro por algo propio, porque lo escondo y lo pateo hasta el fondo de mi armario con miedo a que me ataque como antes, que tenía la seguridad de que no iba a llorar. Y acá estoy, hecha pedazos. 
Siempre me dicen que soy parecida a vos, y yo me río porque me miro al espejo y lo único que veo es a mí. Y sin embargo, cuando te leí, te encontré en mí. 
Me dejaste un par de deseos, y hasta ahora no logré hacer bien nada. Me dañé... física y psíquicamente. Maltraté mi cuerpo, dejé que me hicieran sufrir, renegué con el estudio y no intenté, nunca en los últimos años, ser feliz. Me resigné a esto. A sufrirte. 
Me gustaría jurarte que, de ahora en más, voy a seguir tus deseos, pero tu falta se hizo en mí tan presente... que me parece que hay cosas, ahora, imposibles de remediar.  
Pero también ahora sé, no por las palabras de mi familia, ni amigos, ni desconocidos, ahora sé por tus propias palabras que te voy a tener siempre conmigo... y eso me va a ayudar siempre. Me gustaría decir "como si fueras mi ángel", porque sé que te gustaría, pero ambas sabemos que el territorio religioso no es el mío. Pero igual vas a ser siempre una parte de mí, porque nos une el amor que nos tuvimos.
No quiero parar de escribirte nunca, pero estoy empezando a recordar que estoy escribiéndome a mí misma en un bloc de notas. 
Te amo. Más de lo que nunca voy a amar a nadie.
Y gracias.
Tu hija, Ana Belén. 

4 comentarios:

  1. Hola he estado leyendo tu blog por casualidad y me impactó las cosas que escribes. Me siento identificada con muchas de ellas. Gracias por publicar a veces estos escritos impactan a las personas que logran generar cambios en ellas mismas

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    1. Flor, muchas gracias por tomarte el tiempo de comentar, lo aprecio realmente. Un beso grande

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  2. Hola Belen! que lindo tu blog...ojala tengas mucha suerte... te deseo lo mejor, lo mejor del mundo! abrazo grande!

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Ojito lo que pones