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¿Cómo ser feliz en enero del 2021?

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Introducción

        Si algo nos ha demostrado la pandemia es que en el transcurso de un año las cosas pueden cambiar drásticamente, y no solo a nivel individual, sino también a nivel cultural. Bueno, también nos ha demostrado la incapacidad del ser humano moderno de pensar las consecuencias de sus actos y de priorizar una perspectiva colectiva sobre la individual; ha expuesto la tragedia que sugiere el estar solo y el tener que lidiar con tus pensamientos; nos ha hecho terminar de comprobar el pésimo trabajo que hacen algunos medios de comunicación, lo precario del sistema de salud de algunos países, la incompetencia de ciertos gobiernos, lo frágil que es la salud mental colectiva, etc. Sin embargo, esta entrada ha sido pensada sobre la base de lo rápido que pueden cambiar nuestras ideas en el transcurso de apenas un año. 

        Creo que el paso del tiempo, junto con el avance tecnológico desenfrenado con el que convivimos y la constante interacción con el otro, agiliza la transformación de nuestras ideas. De acuerdo con esto, me pareció interesante comenzar este año retratando lo que siento que es la felicidad hoy, pasa así compararla con la idea de felicidad que tendré a fines de este año o a principios del que viene.

        Dado que se trata de mi blog y de mi perspectiva, estableceré lo que es la felicidad para mí, sin embargo creo que todas nuestras ideas están atravesadas por la tecnología y el intercambio social, lo que hace que la definición que daré a continuación probablemente sea muy similar a la de la mayor parte de la población actual que comparta contextos personales, sociales y económicos similares al mío.



El camino a la felicidad

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        'Happiness is only real when shared', estableció Sean Pean como mensaje final de la película que atestiguaría el viaje y los últimos momentos de vida del excursionista Christopher McCandless. Si bien el carácter absolutista de la frase es cuestionable, como en cualquier generalización, sin duda una de las ideas más arraigadas actualmente es la consciencia de que la felicidad duradera se construye con los otros. 
        Antes de esto, también hemos comprendido que el aprender a estar solos es un proceso también del todo importante y crucial, ya que es a partir de los momentos de soledad que luego podemos elegir correctamente a las personas con las cuales sí vale compartir nuestras alegrías.

Minimalismo

        Si bien la forma de vida que plantea el minimalismo es una idea que hoy en día se suele compartir, creo que el aplicarlo correctamente a nuestras vidas aún es una dificultad o directamente una imposibilidad. En los tiempos económicos actuales nos abruman las ideas de que siempre nos falta plata, de que siempre nos falta comprarnos algo para ser más felices y de que necesitamos más de lo que nos podemos permitir. Por esto, la idea de regalar o tirar cosas nos parece un privilegio que realmente no tenemos. 
        Justamente por el hecho de superar el miedo y romper el círculos de consumismo salvaje, considero que el minimalismo (la detección de las cosas que realmente necesitas y/o te hacen feliz, y el deshacerse del resto) es el camino hacia la disminución de los niveles de ansiedad y frustración, y hacia el desarme del sentimiento de falta e insuficiencia para poder apreciar y sacarle provecho a lo que realmente uno utiliza y disfruta. 

Dejar de procrastinar

        'Procrastinar' debe ser de las palabras más utilizadas por la juventud estudiantil y/o laburante de estos tiempos. La concepción de que no somos grandiosos y felices principalmente porque procrastinamos siempre, es algo que tenemos asumido. Y honestamente, considero que en parte es verdad. El hecho de dejar asuntos y tareas pendientes logra crearnos estrés en los demás ámbitos de nuestras vidas. 
        Además, en estos años se ha tenido, y aún se tiene, la idea de que lo más valioso que tenemos es nuestro tiempo. Esta idea logra frustrarnos ya que la mayor parte de nuestro tiempo sentimos que lo "malgastamos" consumiendo redes sociales, películas y series. Si bien creo que esta idea es debatible, coincido en que debemos proponernos hacer nuestros pendientes lo antes posible para no vivir con cargas añadidas a las que ya conlleva el simple hecho de vivir, para así disfrutar de nuestras rutinas en vez de tomar las vacaciones como único momento de felicidad.

Salud mental

        A pesar de que aún la sociedad suele mirar con ojos extraños la atención psiquiátrica, hoy en día los prejuicios hacia la atención psicológica han disminuido muchísimo, lo cual impulsó a mucha gente a hacerse atender. Pero entonces nos podríamos preguntar: ¿por qué pareciera que lo único que logramos con el paso del tiempo es que aumenten los casos de depresión y ansiedad? 
        Ahora mismo, considero que la salud mental debe ser nuestra prioridad si realmente queremos experimentar felicidad a largo plazo. Ni el aprovechamiento absoluto del tiempo, ni la buena compañía, ni el despojo de lo material podrán hacer magia si no estamos bien mentalmente. Las horas son siempre desperdiciadas, la compañía es siempre mal elegida o subestimada y lo material va a servir como parche de ilusoria felicidad. Desde la atención psicológica profesional, hasta métodos alternativos que puedan llevarse a cabo individualmente (la meditación, por ejemplo), considero esencial utilizar todos los recursos posibles, transitar toda la soledad necesaria e invertir todo el tiempo que deba ser invertido, en atender nuestra salud mental para tener una vida estable y equilibrada. 

Reseña SIN SPOILER de todos animes románticos que vi (o anime shoujo)

Bokura Ga Ita 

Sí, Bokura Ga Ita es todo lo que en los próximos animé probablemente me verán criticando: es super cursi; los personajes secundarios simplemente existen en torno a los protagonistas; la mujer de la pareja es media inútil y el hombre siempre termina cumpliendo la función de héroe; hay golpes, hay gritos y hay mucha mierda. Es lento, con poco contenido y demasiada emoción. Es de las parejas más dañinas que vi en un animé.
Y sin embargo, conmueve. La historia no se centra en la vida escolar, sino más bien en la vida emocional de dos adolescentes. Esto les da peso a los personajes. De repente, los queremos aconsejar, cuidar y abrazar. El animé enternece con su animación y, así como nos hace sonreír, nos hace sufrir. La música es hermosa y acompaña perfectamente nuestras emociones. El opening es icónico.
Esta pareja no debe de ser tomada como referente de pareja. Esto no es amor, o al menos no debería de serlo, pero convengamos que la primera relación fallida de muchos de nosotros se parece bastante a esto.




Itsudatte Bokura no Koi wa 10 cm Datta

La animación se destaca. El efecto que le ponen al recordar escenas cortas es visualmente muy bonito. Estéticamente, los personajes son muy bellos y, en general, el dibujo se ve muy prolijo y claro. La música también está muy bien, exceptuando el opening que es horrendo. El protagonista resulta bastante arrogante y egoísta, pero es acorde a lo que le pasa en su vida. La personalidad de la protagonista es muy bonita. La relación entre ellos, dejando de lado los gritos, los golpes dramáticos y la espera eterna, nos da una perspectiva bastante realista del amor.
El animé remarca la importancia de la comunicación.
Hablar con gente buena y de confianza sobre las cosas que nos apenan y preocupan nos da alivio y nos ayuda a ponerlas en contexto. Nos ofrece una introspectiva para pensar sobre quienes somos y sobre quienes queremos ser en el futuro.
Para ser tan cortito está muy bien desarrollado.




Just Because!

Un animé sin situaciones exageradamente dramáticas, sino más bien con confusiones y experiencias normales que se viven en la adolescencia. Los personajes principales no son los típicos: ella no es tímida y él no es popular. Son personajes promedio, pero especiales a su manera.
Hay una gran variedad de personajes secundarios y cada uno se enfoca en su propia vida, aunque no se profundiza en ninguna. Tocan la trompeta, sacan fotos, juegan béisbol y toman exámenes de ingreso a la facultad; nos ambienta de tal forma que da la sensación de estar ahí junto a ellos. Son gente sana y amable. 
Hay escenas muy lindas visualmente, casi cinematográficas, y se incorpora bastante la tecnología (específicamente el LINE)





Orange

Desde el primer capítulo, este animé engancha. La historia es diferente a las que normalmente vemos en los animé de preparatoria y los personajes son muy queribles. Contrario a lo que uno creería, el final no es tan predecible desde el principio y las situaciones te van haciendo dudar.
Por supuesto, tiene esas cositas que detesto: decir cosas íntimas gritándolas como un psicópata, salir corriendo por nada y personalidades hipersensibles (y una protagonista media estúpida). Pero es un animé super lindo, que no deja de sorprender con la trama. No necesita de grandes efectos de animación ni de un soundtruck inolvidable. Con la trama en sí misma logra encariñamos con todos y disfrutar al máximo cada capítulo.
Lo recontra recomiendo (WARNING personas sensibles).




Plastic Memories

Animé predecible, pero que eso no le quita lo bonito. Aunque por momentos la historia se vuelva banal concentrándose en el romance, todos estos sentimientos forman parte del mensaje que quiere dejar Plastic Memories. Es un lindo animé que recorre el duelo de perder a alguien de la forma más sana posible, dándole una reevaluación positiva a la muerte de un ser querido.



Sukitte linayo

Realmente empieza bastante mal, con estereotipos y actitudes de mierda, pero ya en el capítulo tres las cosas empiezan a tener un poquitito más de sentido. Nuevamente, es una idea del amor muy errada pero que puede funcionar como reflejo de cómo idealizamos a nuestras primeras parejas (especialmente cuando se tiene una baja autoestima). Se replican muchas situaciones machistas que hace algún tiempo podían parecer románticas. También promueve la violencia de una mujer hacia un varón como algo gracioso. Meten un pequeño triángulo amoroso medio forzado pero que bueno, suele gustar. 
En cuanto a música y dibujo: el opening es meh pero hay personajes muy hermosos que destacan bastante en cuando al dibujo promedio de los protagonistas masculinos. Lo bueno es que destacan la importancia de la amistad y evidencia las secuelas que deja el acoso escolar en la gente.




Toradora 

Lo primero que se debe destacar de Toradora es que el opening es buenísimo (el primero). En cuanto a los personajes, la protagonista se sale un poco fuera de lo normal (no es una estúpida egoísta como suele suceder), es dura y al mismo tiempo muy dulce.
Es un animé que habla sobre el final de la adolescencia y el comienzo de la adultez. El replantearse qué es lo correcto, animarse a lo impensado. Enfrentarse y amigarse con los padres y valorar la amistad en su justa medida. No juega con el amor a primera vista: este amor se construye mediante experiencias, como los reales.
Los personajes secundarios, en un principio, parecen tener personalidades muy marcadas e independientes de los protagonistas, pero finalmente caen en eso de girar sus vidas en torno a ellos.
Es hiperdramático y no recomendable para quienes no suelen consumir shoujo, sin embargo para quienes gozamos de unos dramitas de vez en cuando en el animé, Toradora es disfrutable.



Tsuki ga Kirei

En este caso, la canción de opening también es muy hermosa y el ending está lindo. La animación es bastante diferente en las figuras de los personajes. Es interesante ver que la protagonista femenina se interesa en el atletismo y el masculino en la literatura, para variar un poco.
No es un animé cronológicamente igual a los demás en el sentido de que todo el animé no se trata de personajes viendo si se gustan o si no, o si están juntos o si no. Es más simple, y la historia viene después de esas dudas. Es un animé lindo.
La historia habla sobre un primer amor, pero no se centran solamente en eso hasta cansarnos. Nos muestra bastante sobre la cultura japonesa (templos y hayashikata). También se les da más entidad a las familias que en otros animé. Es lindo ver que cada personaje protagonista tiene su vida y sus hobbies, y el romance no lo borra todo.



Ser impulsivo no es ser honesto.

crédito

Durante toda mi vida tuve la idea de que ser impulsivo nacía de mostrar realmente lo que pensabas y lo que sentías. No recuerdo una sola discusión con alguien a quien yo quería en la que hubiese contenido mis impulsos y pensado fríamente lo que iba a responder. Me parecía que aquel que no decía lo que pensaba, justo en el momento en que lo pensaba, era una persona de no fiar, cobarde o idiota. A pesar de que luego podía reconocer que en mis impulsos había sido demasiado cruel y era capaz de pedir disculpas, en mi cabeza lo validaba asociándolo con que eran las consecuencias de ser honesta.

En mis veinte años, comencé a ser más reflexiva sobre este aspecto de mi vida. Había tenido mi primera pareja, con la cual duramos unos pocos meses. Él había decidido dejarme porque las peleas eran constantes. Cada vez que yo sentía celos, reaccionaba encarándolo y buscando respuestas que no existían. Cada vez que él decía algo que me hacía sentir mal, eran llantos y recriminaciones sobre lo mal que había actuado conmigo. Cada vez que me sentía triste, lo retenía a mi lado diciéndole lo mal que me sentía, lo mucho que lo necesitaba y lo mal que estaba si decidía dejar de hablarme y "dejarme sola con esa tristeza". Por eso cuando mi pareja me dejó, entendí que mis reacciones, que hasta aquel entonces mis amigos y familiares habían tolerado, realmente no tenían por qué ser toleradas.

Pero poco tiempo después, volví a ponerme en pareja con una persona que demostraba ser muy diferente a mi ex. Él me escuchaba, me decía las cosas sin pensarlas dos veces, y actuaba de forma muy natural. Cuando comenzamos a tener discusiones, él, ante mis reacciones impulsivas, reaccionaba de igual forma y eso hacía, nuestras discusiones, algo más equilibrado. Luego ambos nos disculpábamos y pensábamos que solamente había sido un mal rato. Esto cambió cuando, a los pocos meses de noviazgo, descubrí que me había sido infiel (entre muchas otras mentiras y manipulaciones). Mi primera reacción, impulsiva, fue dejarlo y su primera reacción, impulsiva, fue rogarme de rodillas que lo perdonara. Mi segunda reacción, pocos días después, impulsiva, fue perdonarlo. Y su segunda reacción, también impulsiva, fue jurarme que nunca más lo volvería a hacer. Por supuesto, yo nunca pude perdonarlo y él volvió a hacerlo, muchas veces más. Cada vez que lo descubría y lo hablábamos, ambos decíamos lo primero que pensábamos y él solía explicarme lo difícil que le era ser honesto, pero se negaba a buscar ayuda y juraba no volverlo a hacer; y yo le recriminaba lo mala persona que era por hacerme sufrir así después de todo lo que yo hacía por él, pero decía que lo perdonaba. Ambos mentíamos, porque no queríamos perdernos. No por amor, sino porque quizás, inconscientemente, sabíamos que nadie más iba a perdonar, como hacíamos nosotros, nuestros impulsos. 

Finalmente un día nuestra relación se acabó y, casualmente, al poco tiempo volví a salir con mi primera pareja. Con el fin de mi relación tóxica anterior creí que todos los males en mi vida se resolverían y volvería a ser la persona que fui antes. Pero las experiencias suceden, y se quedan. Con mi nueva pareja, replicaba todas las actitudes tóxicas impulsivas que había desarrollado durante mi anterior relación: le recriminaba cada vez que nos peléabamos algunos errores normales que él había cometido; ante sus errores yo reaccionaba de forma agresiva y desconsolada; me enojaba cuando él callaba y no decía lo que sentía o pensaba y quería escapar de estas peleas. Afortunadamente, comencé a darme cuenta de mi propia toxicidad y busqué ayuda psicológica.

Hacía tiempo que acudía al psicólogo pero nunca llevaba allí los problemas que tenía con mis parejas. Me parecían superficiales. Comencé a hablarlos honestamente, y dedicándole mucho tiempo a mis propias reacciones. Siempre fui impulsiva y lo único que deseaba era dejar de serlo, aunque eso implicara dejar de ser honesta. Pensaba que, en orden de dejar de ser impulsiva, iba a tener que renunciar a ser yo misma y aprender a aguantar las cosas. Y cada vez que lo intentaba, fracasaba. Y es que la solución no era aguantar, sino entender el por qué de mis reacciones impulsivas.

Cuando reaccionaba impulsivamente, realmente, no estaba siendo honesta. A veces reaccionaba enojada, cuando realmente estaba triste. Decía cosas hirientes porque realmente quería decir que me sentía triste por lo que el otro me había dicho. Era honesta en el punto de demostrar que lo que sucedía me generaba un malestar, pero no del todo honesta con lo que realmente sentía en ese malestar. Generaba en el otro emociones negativas que yo no quería generar, y no lograba comunicarme honestamente. Ser impulsiva, ahora entendía, era simplemente ser todo lo negativo que había sufrido y expresarlo de la primera manera en la que se me ocurriera expresarlo. No era ser yo: era replicar el sufrimiento que me habían generado o que había sufrido. Así fue como, en vez de aguantar, comencé a reflexionar por qué realmente me sentía así, qué era realmente lo que me molestaba de la situación y cómo podía reaccionar de forma favorable para la situación o al menos de forma no dañina. Y así funcionó. Sólo entendiendo.

Para cerrar el tema me gustaría contar una anécdota que me pasó una vez con mi pareja actual. Con esta situación me di realmente cuenta de lo confuso que era para el otro ser impulsivo, y generó en mi el cambio que estoy transitando ahora, de pensar mejor las cosas:

Con mi pareja habíamos pasado como tres días sin vernos porque yo había tenido mucho trabajo y estudio. Habitualmente nos vemos más seguido, o al menos nos comunicamos por celular, pero en esos tres días habíamos estado ocupados y no habíamos hablado mucho siquiera. Él me había dicho de juntarnos varias veces, pero aunque yo quería no había podido. Finalmente conseguimos vernos una noche y, por alguna razón, discutimos por algo. Yo reaccioné mal, él también, la situación se puso triste y, en un momento que nos calmamos, él me confesó que en esos últimos días había estado pensando en que ya no sentía lo mismo por mí que antes, que no había tenido ganas de verme y que no sabía por qué. 
En cualquier otro momento mi reacción hubiese sido irme, cortar la relación, enojarme muchísimo y también llorar muchísimo. Estuve a punto, e incluso lagrimeé un poco, pero algo me detuvo. No me detuvieron sus palabras ni sus acciones, sino el cuestionarme realmente lo que me había dicho. Le pregunté desde hace cuánto sentía eso, y me respondió que los últimos días. "¿Estos días que no nos vimos?". Sí. "Pero si vos me dijiste de salir ayer y no nos juntamos porque yo no podía". Sí, te lo dije pero después se me fueron las ganas. "¿Cuándo se te fueron las ganas? ¿Cuando te dije que yo no podía?". Sí. "Pero entonces sí que tenías ganas, sólo se te fueron las ganas porque yo te dije que no podía". Y entonces me dijo: "Es que siento que vos ya no tenés más ganas de verme".

Es decir, impulsivamente me había dicho que no tenía más ganas de verme, cuando lo que honestamente sentía era que yo no lo quería ver a él, y su método de defensa inconsciente fue pensar que él tampoco tenía ganas de verme. No tenía ganas de ver a alguien que, en su cabeza, no tenía ganas de verlo a él. Pero yo sí tenía ganas de verlo, le dije, y él luego confesó que él también. Finalmente lo solucionamos y todo está bien, pero ese día pude darme cuenta de lo confuso para el otro que es ser impulsivo. Es de las señales más claras de inmadurez y de toxicidad en una pareja (o incluso en cualquier clase de vínculo social).

Ser impulsiva había sido siempre efectivo para demostrarle al otro que lo que sucedía me afectaba, pero había sido completamente confuso para el otro y para mí misma de demostrar por qué me afectaba. El mensaje se confundía. La otra persona entendía algo completamente diferente a lo que yo sentía, y yo ni siquiera entendía por qué me afectaba tanto lo que había sucedido o le daba una explicación que realmente no era cierta. Comprendí que ser impulsiva no era ser honesta sino, quizás, todo lo contrario.